La
Caballería
La institución de la caballería
medieval está ligada a la historia de los guerreros a caballo en el reino de
Francia que surge de la descomposición del Imperio carolingio. A finales del
siglo X los caballeros se habían convertido en el cuerpo militar más
importante, frente a la infantería común, acumulando un creciente poder
político. El ejercicio del poder por los caballeros fue posible porque
solamente ellos poseían el necesario entrenamiento militar y la suficiente
riqueza para mantener las armas y los caballos necesarios para poder
desarrollar su forma típica de combate. La diferenciación social basada
inicialmente en la habilidad y destreza de los propios caballeros desembocó en
un sentido de clase caballeresca, orgullosa de su conducta y valores marciales
y desdeñosa hacia otros segmentos no armados de la sociedad: los clérigos y los
campesinos.
Los caballeros nacieron de la
necesidad de defender los dominios feudales (nobiliarios o eclesiásticos, ambos
vinculados en las mismas familias) contra toda clase de enemigos, incluyendo
los pillajes y rapiñas y los salteadores de caminos. De esta forma, la
caballería fue un ejército coercitivo. Los caballeros defendían los intereses
de aquellos de quienes dependían, es decir, de los señores que les mantenían;
lo que entre otras cosas suponía garantizar el cobro de las cargas impuestas a
los campesinos.
Así como en el origen de los
caballeros predominaba el espíritu guerrero, en los primeros relatos artúricos
se daba mayor énfasis al valor militar, a los hechos de guerra y a las
descripciones de las batallas. La iglesia procuró moderar los excesos bélicos
con instituciones como la tregua de Dios y encauzó el apetito de combate de los
milites hacia objetivos más acordes con el espíritu cristiano: la lucha contra
las injusticias y la lucha contra los infieles. La incorporación de las
tradiciones violentas de la caballería en el seno de la propia iglesia permitió
que clérigos fueran célebres narradores artúricos, como es el caso de Robert de
Boron, a finales del siglo XII.
Dentro de esta estructura feudal,
los caballeros mantenían un feudo que un señor les había concedido, a cambio de
rendirle homenaje y prestarle servicio con las armas. A su vez este señor podía
ser vasallo de otro señor más poderoso, o el caballero ser servido por otros
caballeros de inferior rango. Con el paso del tiempo eran muchos los milites, a
veces de baja extracción social, que querían convertirse en caballeros, por lo
que se impuso una prueba selectiva, que acabó por tomar la forma de un rito de
iniciación, bendecido por la Iglesia, llamado espaldarazo o palmada.
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